Al Palacio de Axayacatl en la gran Tenochtitlan, llegó la noticia que más galeones habían anclado en el puerto de la Villa Rica de la Vera Cruz y tropas de caballería e infantería habían desembarcado y tomado la población a nombre de Diego de Velázquez gobernador de Cuba. Llegaron con instrucciones de aprehender a Hernán Cortés y este, al enterarse, decidió salir de la ciudad de los mexicas para negociar o pelear con su oponente.
En los días que habían estado en la capital de aquel nuevo reino, los españoles vieron con desagrado los sacrificios humanos que se realizaban por los mexicas en el Templo dedicado al Dios Huitzilopochtli, así como el canibalismo ritual que se realizaba con los cuerpos de los que había sido inmolados al Señor de la Guerra, pero Cortés había mantenido la calma controlando la ira que el fervor religioso provocaba en sus hombres, que veían aquello como idolatría.
Para Cortés era imperioso salir hacia la costa y solucionar el problema que representaban las tropas enviadas por Velázquez y comandadas por Pánfilo de Narváez, por lo que salió de Tenochtitlan, dejando una parte de las tropas, tanto autóctonas como españolas, acantonadas en el palacio de Axayacatl. A su cargo quedó uno de sus hombres de confianza, Pedro de Alvarado, hombre de temperamento irascible y poco tacto político y al que los indígenas llamaban Tonatiuh, “el sol” debido a su cabello rubio.
Mientras esto acontecía, los hombres que habían llegado con Narváez se enteraron de las riquezas de ese nuevo mundo y muchos de ellos se pasaron al lado de la gente de Cortés. A pesar de esto, el comisionado de Cuba decidió enfrentar al capitán rebelde y fue a enfrentarlo al norte de Veracruz, en la ciudad conocida como Cempoala, donde fue derrotado por Cortés, quien, con este nuevo triunfo, vio crecer su potencial militar, tanto en soldados como en armas y caballería.
Mientras tanto, en Tenochtitlan se acercaba la celebración a Tecaztlipoca, en la que se acostumbraba a sacrificar un joven escogido un año antes por su presencia física, Moctezuma había solicitado permiso a Cortés de realizar la celebración a lo que había accedido, pero Pedro de Alvarado condicionó la celebración a dos situaciones: que no hubiese sacrificios humanos y que no se exhibiera la imagen del Dios Huitzilopochtli. Durante los días previos al festejo, algunos de quienes estaban con los españoles y eran enemigos de los mexicas, hablaban a Pedro de Alvarado y sus lugartenientes diciéndoles que los habitantes de la ciudad iban a desobedecer las órdenes y realizar sacrificios humanos y luego de esto atacarían el refugio de ellos para sacrificarlos a todos a sus dioses.
Las fiestas iniciaron, durante tres días, todo parecía ir saliendo bien, pero la parte principal del festejo tuvo lugar, el cuarto día, con una gran danza en la que los bailarines, fueron entrando al templo mayor; mientras tanto, Alvarado y sus hombres se quedaron en las tres puertas que daban entrada al recinto y, a una orden de aquel, empezó la matanza. Los habitantes de la ciudad se rebelaron contra los españoles y la batalla se generalizó en la ciudad, por lo que los atacantes y sus aliados corrieron a refugiarse en el palacio de Axayacatl.
Cuando la noticia llega a Cortés, éste se dirige, con cerca de mil españoles y el doble de aliados tribales hacia Tlaxcala, en donde descansan unos días y salen hacia Tenochtitlan, pero al entrar se dan cuenta que la ciudad estaba en silencio y nadie salía a recibirlos. Al llegar al palacio de Axayacatl, se refugiaron, pero carecían de alimentos. Moctezuma, que al parecer había tomado afecto a su secuestrador, ordenó a su hermano Cuitláhuac que saliera y diera órdenes de proveer a los moradores del palacio, pero el príncipe desobedeció y lo que hizo fue organizar la resistencia contra los invasores. Fue durante este asedio que Cortés, tratando de calmar a los mexicas, ordenó subir a Moctezuma a la azotea del palacio, pero en cuanto este fue visto, una lluvia de piedras y flechas llovió sobre él y los españoles que le acompañaba y tuvieron que retirarse con el monarca herido de gravedad, quien murió unos días después.
Fue la noche del 1 de julio de 1520 que los españoles y los pocos aliados que quedaban decidieron salir del palacio de Axayacatl e intentaron huir de la ciudad, por la única vía disponible, la Calzada de Tacuba, a la que los mexicas habían quitado los puentes. La llovizna hacía resbaloso el camino. Con las vigas de los techos del palacio habían hecho varios pontones que utilizaron para sustituir algunos de los puentes que los mexicas habían destruido, pero los últimos dos huecos tuvieron que cruzarlos a nado, mientras eran atacados con flechas y piedras por sus enemigos, aquellos conquistadores que, en su codicia, habían cargado oro en sus ropas, se hundieron en las turbias aguas del Lago de Texcoco. Algunos de los rezagados decidieron volver a los cuarteles, donde luego de dos días fueron atrapados y sacrificados.
Cuenta la historia que los sobrevivientes, cuando se encontraron a salvo, decidieron descansar por un momento y Hernán Cortés, bajo un árbol lloró por la derrota sufrida.
En la ciudad de México, aún quedan los restos de un enorme ahuehuete que, se dice, es aquel que regó el llanto del conquistador.
A esa noche se le conoce como “La Noche Triste” y muchos detractores, defensores de la causa indígena, protestan que se llame triste una victoria de los mexicas. Pero creo que, a la conquista de México, que dio inicio a la colonización de españoles y portugueses en América, debemos darle otra interpretación, pues fue un choque de civilizaciones, en el que la vencida era superior, en muchos aspectos, a la vencedora, como arquitectura, ingeniería hidráulica, medicina y literatura, pero los europeos eran superiores en tecnología armamentista y tácticas militares.
De ese choque nació una fusión que conocemos como mestizaje, pero no debemos confundirnos, esto no significa sólo el cruce de dos sangres, sino también la combinación de dos culturas en donde la religión, las artes, la alimentación, medicina, música y muchas otras cosas, también se mezclaron, dando nacimiento a una nueva civilización, que debe sacudirse sus tabúes para ser la gran raza de bronce que vislumbró el ilustre Vasconcelos.
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