Arminio o los niños de Tornillo

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Iban en la formación que ellos mismos llamaban gusano, sabían que era la peor forma que podía marchar un ejército romano, sus armas ofensivas y defensivas y sus tácticas de batalla estaban hechas para luchar en espacios abiertos y, ahora, marchaban por aquella extensa región boscosa en el centro de Germania, a la que los naturales llamaban Teutoburgo o Bosque de los Teutones, sus Dioses principales. Durante días habían estado recorriendo aquella región que parecía no tener fin, los árboles, de más de treinta metros de altura, mantenían en la penumbra a aquel ejército compuesto de cinco legiones romanas, más de 30 mil soldados y oficiales y cerca de 6 mil acompañantes entre mercaderes, esclavos y un variado grupo de personas dedicados a distintos oficios y que vivían de la tropa que seguían.

Tulio Fubio, un legionario que marchaba en medio de aquel gusano que abarcaba kilómetros de extensión, al igual que sus compañeros, veía con aprehensión el bosque que bordeaba, en una profundidad inimaginable, la vereda que seguían; con temor pensaba en lo que repentinamente pudiera surgir de ahí. Hasta él llegaron rumores que venían de la vanguardia, varios kilómetros más adelante, “los árboles están llorando”, decían y, efectivamente, en la base de los árboles se veía como si brotaran lágrimas de resina, el rumor seguía hasta la retaguardia, aumentando el temor que atenazaba el espíritu de aquellos legionarios romanos.

Lo que aquel ejército romano no podía ver, eran las cuerdas que se cruzaban en las copas de los árboles, ni tampoco el variopinto ejército, conformado por decenas de miles de terribles guerreros de las diversas tribus germanas, que se apostaba en lo alto de las montañas que se cernían sobre aquel camino de gusano, esperando la señal para iniciar el ataque. Sobresalía de entre ellos, uno que, montando un brioso caballo, vestía un pantalón color claro, sus pies estaban calzados por botas de piel que se ceñían con una cinta del mismo material, hasta la altura de sus rodillas, una capa azul cubría su espalda y una capa pluvial de piel de lobo le cubría los hombros, a su espalda se ajustaba un hacha de doble filo y de su cintura colgaba una espada romana. El jinete que se encontraba a su lado le vio con una interrogante reflejada en sus ojos, el que parecía ser el jefe hizo una señal de asentimiento y su compañero alzó su brazo derecho, sosteniendo la espada y haciéndola girar en círculos.

De inmediato el profundo sonido de un cuerno retumbó en el eco de las montañas y a este siguieron cientos de ellos que se extendían a todo lo largo de las laderas del camino de gusano.

Un profundo terror arraigó en las legiones romanas, sus peores pesadillas estaban a punto de convertirse en realidad, las tribus germanas los atacarían, los terribles guerreros a quienes tanto temían y de quienes se decía que, cuando morían, viajaban al norte de aquellas gélidas tierras para volver convertidos en lobos, estaban a punto de abalanzarse sobre ellos, con toda su furia.

Tulio Fubio no pudo controlar sus esfínteres y se orinó sobre sí mismo, al igual que muchos de sus compañeros. Aquella larga fila se fue deteniendo poco a poco y, de repente, los árboles empezaron a caer sobre ellos, obligándolos a separarse más e impidiendoles formar líneas de batalla como estaban acostumbrados. Al momento, bolas de fuego, más altas que un hombre, rodaron desde las colinas hacia ellos, era paja compactada bañada de brea que al chocar se reventaba arrojando trozos incendiarios hacia las tropas romanas, siguió una nube de flechas que les dispersaron aún más y, por último, lo más terrible, miles de guerreros germanos bajaron corriendo colina abajo atacando a los legionarios.

Más de 36 mil personas fueron masacradas ese día, menos de cincuenta sobrevivieron y se les perdonó la vida, para que volvieran a Roma. En una bolsa de piel y conservada en sal llevaban la cabeza del General Romano, Varo y en su espíritu un mensaje: el este del Rehin era de los germanos y eso pasaría a quienes osaran invadir su territorio.

El hombre que logró organizar a las separadas tribus de Germania y aplicar tan terrible derrota al más capaz ejército de aquel tiempo, se llamaba Arminio y era hijo del rey de la tribu de los Queruscos, que dos décadas antes se había opuesto a la invasión de los romanos quienes, luego de derrotarlos y con el fin de que no se volvieran a levantar en su contra, tomaron a sus dos hijos como rehenes y los llevaron a Roma, donde fueron educados como cualquier ciudadano y luego enlistados en los ejércitos. Con los años Arminio llegó a ser oficial de caballería y luego desertó para pelear por su gente. El conocimiento que adquirió durante esos años fue esencial para lograr la derrota del ejército de Roma, que, desde entonces, vería con vergüenza al Río Rin como la frontera de su imperio que abarcaba desde las Islas Británicas hasta el norte de África.

Arminio fue un rehén como lo son los más de 1600 niños hispanos que están siendo concentrados en el inhóspito desierto del suroeste de Texas, en un albergue planeado inicialmente para 360 infantes. Son niños secuestrados en un claro mensaje dirigido a las familias de Latinoamérica: – si pretendes cruzar la frontera, esto pasará con tus hijos –

Tácticas de barbarie de hace 20 siglos, se están aplicando ahora, por el actual gobierno de Estados Unidos. Pero es un hecho que dentro de 2 o 3 décadas, los latinos tendrán una gran influencia en el sistema democrático de ese país y ahora se que, entre esos niños de Tornillo Texas, se está forjando un Arminio de los hispanos.

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About Post Author

Oscar Muller Creel

Oscar Müller Creel es Doctor en Derecho especializado en derechos humanos, ética profesional, seguridad publica, corrupción y libertad de expresión. Ha escrito diversos libros y artículos científicos. Columnista en varios medios de comunicación internacionales, tanto para prensa como radio. Si usted desea publicar esta columna en su medio de comunicación, agradeceremos se comunique con nosotros. OMC Opinión. Todos los Derechos Reservados 2015
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