Aquella hermosa joven y su acompañante habían creado una profunda relación durante los pocos meses que había durado la gira por Estados Unidos, mezcla de pasión y ternura propia de su juventud. En el bar de aquel hotel, en la ciudad de Washington, estaban sentados frente a un cristal que les permitía ver hacia el río Potomac.
Las luces de los coches que circulaban sobre el puente, las de los faroles que iluminaban el paso y de los botes que surcaban el agua, daban a la vista de aquellos dos enamorados reflejos que les entristecían. Era la última noche que pasarían juntos, ella tendría que regresar a Nueva York, con la compañía de espectáculos para la que trabajaba, y él a la Ciudad de México. Cerca de ellos, un reloj de pared lograba hacerles llegar el inexorable tic-tac que, en su inconsciente, les arrastraba hacia un abismo de tristeza, por la terminación de aquel romance, breve en tiempo pero profundo en su intensidad.
Para aquellos tres jóvenes músicos mexicanos la vida no había sido fácil, pero habían logrado el éxito gracias a su esfuerzo. Benjamín “Chamín” Correa, quien en aquellos tiempos era un excelente arreglista del requinto con tendencia al jazz; Leonel Gálvez, primera voz, y un joven de 27 años con una gran inspiración e intérprete de la guitarra de acompañamiento, originario de Tamaulipas, México, conformaban el trío romántico conocido como Los Tres Caballeros.
El grupo se había formado gracias a la tenacidad de aquel joven tamaulipeco, quien llegó a la Ciudad de México en busca de hacerse un nombre como compositor y músico, y traía ya un bagaje consigo, pues en su tierra natal, junto con su hermano Antonio, había formado un dueto y compuesto dos canciones: El crucifijo de piedra y El preso número nueve, que eran ya interpretadas por artistas reconocidos como Lola Beltrán y Miguel Aceves Mejía.
En tan sólo dos años, Los Tres Caballeros se hicieron de una fama merecida, gracias a su original forma de interpretar boleros y baladas, donde los arreglos de Correa, en la guitarra, y las voces que armonizaban en forma muy distinta a lo que entonces se estilaba en los grupos románticos, en una composición de sonidos que el joven fundador del grupo llegó a bautizar como voces rectas, se combinaban para crear una nueva forma de música de trío.
Corría 1956 y los tríos de música romántica se habían presentado frente al mundo como una novedad que gustaba desde Europa hasta Asia. Los Panchos habían llevado su música por varios continentes, por lo que las giras artísticas solían llevar tríos y cuartetos mexicanos. En este caso, Los T,en ella se conocieron los dos jóvenes a quienes me refiero al principio de este relato.
Al día siguiente, el joven compositor Roberto Cantoral compuso dos de sus más grandes éxitos, melodías que reflejan la tristeza de la separación que había sufrido: El Reloj y La Barca. Examinemos la letra de la primera, en donde encontraremos esos rasgos creados por la inspiración del autor en sus momentos de desánimo.
“Reloj no marques las horas, porque voy a enloquecer”, refleja el sentimiento de desesperación que Cantoral sentía por la separación y, lo irremediable de esa terminación se presenta en el siguiente párrafo, cuando dice: “ella se irá para siempre, cuando amanezca otra vez”. Lo efímero de la relación y el momento lo presenta Cantoral en los siguientes versos: “Nomás nos queda esta noche, para vivir nuestro amor, y tu tic-tac me recuerda, mi irremediable dolor”.
Cantoral, en su desesperación, buscó algo que remediara esa inminente separación y acudió a la imagen del reloj, al que le reprocha el recordarle que el tiempo transcurre sin remedio y que el amor que floreció por unos meses, debe acabar: “Reloj detén tu camino, porque mi vida se acaba, ella es la estrella que alumbra mi ser, yo sin su amor no soy nada”.
En el siguiente verso pide a esa representación del tiempo que le recuerda el reloj del bar, que haga lo imposible para que ese fugaz amor persista: “Detén el tiempo en tus manos, haz esta noche perpetua, para que nunca se vaya de mí, para que nunca amanezca”.
El reloj no obedeció a Roberto y el trío regresó a México, donde grabaron, en un disco de acetato de 45 revoluciones, las canciones El Reloj y La Barca; fue la primera grabación sencilla que contuvo dos temas musicales de fama mundial.
Vayan estas líneas en recuerdo al gran compositor mexicano y su obra. Saludos.