Ahí les dejo mi retrato. Pa´ que me tengan presente, todos los días y las noches, que de ustedes yo me ausente.
Fue una dedicatoria que escribió la mujer que es reconocida como la más grande pintora de Latinoamérica, la señora Frida Khalo, cuya vida, al lado del otro grande, Diego Rivera, fue una sucesión de sufrimientos físicos y emocionales, que nos llevan a la pregunta que titula esta columna.
La artista, a la edad de seis años sufrió de poliomielitis, enfermedad que le dejó la pierna derecha más corta. Su inteligencia le hizo destacarse y, a los 18 años, cuando cursaba sus estudios en la Escuela Nacional Preparatoria, de la Ciudad de México, en camino a casa, un tranvía chocó contra el autobús en que viajaba y el accidente le hizo botar de un lado al otro del interior del vehículo, dañándose gravemente la columna. Estas circunstancias, aunadas a sus afectos y desafectos con el afamado muralista Diego Rivera, marcarían su vida y se reflejarán en sus obras.
Luego de su accidente, se vio obligada a guardar reposo durante nueve meses, lo que la llevó a la afición a pintar, Diego Rivera, amigo de su padre, debe haber influido en estos primeros pasos en el arte y es indudable que esta relación les llevó a contraer matrimonio en 1930.
Para 1932 la pareja se encontraba en la ciudad de Detroit, en donde Diego trabajaba en la creación de murales para el Instituto de Artes de esa ciudad. Fue ahí que Frida sufrió un aborto, lo que le dejaría, de por vida, un daño físico y emocional, pues se enteró que su cuerpo, tan maltratado, no podría crear nueva vida.
Varias de sus pinturas reflejan el sufrimiento que esto le produjo, tal vez la más conocido es la que se identifica como “La cama volando”, en la que se autorretrata en el lecho con seis filamentos, que salen de su vientre, conectándose con otros tantos elementos: a un niño en forma de feto, que representa al Dieguito que no podría tener; una orquídea, que Diego le había llevado al hospital; una máquina metálica que refleja los instrumentos quirúrgicos que se utilizaron durante la intervención; un torso femenino que descubre los órganos internos dañados; una pelvis rota y un caracol, que implica el lento trance de dolor que pasó.
Su relación marital, fue turbulenta y, a pesar del amor que tenía por Diego, diez años después se divorciaron y, en la Casa Azul de Coyoacán, donde vivió durante toda su vida, ahora convertida en museo a su memoria, aún se encuentra un símbolo de este momento: dos relojes, uno que marca la fecha de su matrimonio y otro roto, intencionalmente, que marca la fecha del divorcio.
Un año después, volvieron a contraer matrimonio, pero las infidelidades de ambos marcaron la relación en altibajos constantes, así ella expresó “Quizá esperen oír de mi lamento de -lo mucho que se sufre- conviviendo con Diego, pero yo no creo que los márgenes de un río sufran por dejarlo correr”.
Sus conflictos maritales fueron motivo de inspiración para varios cuadros, hay dos que llaman especialmente la atención: “Collar de espinas” autorretrato en el que se presenta con un collar de espinas alrededor de su cuello, que le causa heridas sangrantes, con lo que pretende representar el dolor que le causó su divorcio y otro, aún más impresionante, titulado “Unos cuantos piquetitos”, leyenda que aparece en una cintilla sobre las imágenes: de Diego con una navaja en la mano, parado a un costado de una cama, en la que yace una mujer con heridas en el cuerpo; en este cuadro Frida reflejó el dolor emocional que le causó una aventura que tuvo Diego, con la hermana menor de la pintora.
Los daños en su columna y pierna fueron empeorando con el tiempo y, con ello, sus dolores físicos. En los últimos diez años de su vida tuvo que utilizar 25 corsés, que fueron cambiando conforme su columna se degradaba y este sufrimiento físico se reflejó también en sus pinturas: en 1944 se vio obligada a usar, durante cinco meses, un corsé de acero que sostuviera su columna, en recuerdo de esto pintó “La columna rota”, autorretrato en el que se dibuja con el centro de torso abierto, sostenido por un corsé y sus cervicales representada por una columna griega quebrada, además de esto, su cuerpo con clavos, con lo que demostraba la extensión del dolor que sufría.
Dos años después, dibuja otro reflejo de su sufrimiento físico, en la pintura “El venado herido”, en la que aparece un ciervo, con el rostro de Frida, herido por nueve flechas regadas en todo su cuerpo y una rama rota bajo el, que representa su columna herida y el deseo intenso de liberarse del dolor que sufría. Este retrato lo regaló Frida a dos amigos en el día de su matrimonio y, en una servilleta, escribió, a manera de dedicatoria, la frase con la que inicio esta columna, que creo se puede aplicar a su vida entera.
Un año antes de su muerte, le fue amputada la pierna derecha y solo podía soportar los dolores con analgésicos y alcohol, fue en ese estado que, al poco tiempo de su muerte, pintó un cuadro titulado “Viva la vida”.
Frida murió en 1954, dejándonos un legado artístico que le ha situado entre las principales pintoras del mundo. En el museo destinado a su memoria, que se encuentra en la Casa Azul en Coyoacán, se pueden observar tanto una parte de su obra artística, como la personalidad de Frida estampada en cada detalle de las habitaciones en las que vivió toda su vida.
Destacan las figuras de Judas, esqueletos y catrinas. Alguna de estas últimas debe haber sido la que se llevó a la artista, cuya vida y obra nos lleva a reflexionar:
Frida ¿fuiste muerte o fuiste vida?
Para conocer la vida de la artista, se puede acudirá al sitio oficial del museo en http://www.museofridakahlo.org.mx/ pero, sobre todo, hay que acudir personalmente, para impregnarse en vivo de esa vida ¿o muerte?