Estaban en fuga de sus captores, pero los caminos eran peligrosos pues varios grupos de jinetes armados los buscaban y, ante esto, se veían obligados a andar durante la noche y descansar el día. Por lo que, al despuntar el alba, se internaron en la espesura hasta encontrar un pequeño claro. El hombre de más edad tomó una vara de dos pies de largo y la encajó en la blanda tierra; luego se hizo de una piedra del tamaño de un puño y la colocó a cierta distancia, diciéndole a su compañero:
- Cuando la sombra de la vara toque la piedra, me avisas para tomar mi turno. Mientras tanto, está atento por si alguien se acerca.
Que sencilla solución para medir el tiempo, un reloj de sol improvisado, pero de gran utilidad en ese momento y es que, los humanos desde hace milenios, hemos descubierto que nuestra existencia en la tierra se encuentra regida por ese transcurrir al que llamamos tiempo y que tiene una indudable conexión con el cosmos, el movimiento de la tierra, la influencia del sol o la luna y la posición de las constelaciones en el firmamento.
En esa relación con los astros, los humanos fuimos encontrando situaciones especiales que se repiten cada ciclo estacional y así, nuestro concepto de seres superiores o de otras dimensiones se ha relacionado continuamente con esos ciclos, una de estas situaciones son los que ahora llamamos equinoccio, un día de nuestros meses de marzo y septiembre, cuando luz y oscuridad tienen la misma duración.
Con la unión del conocimiento del tiempo y la idea de un ser superior, nuestros ancestros llegaron a construir edificios y monumentos en los que, la medición del tiempo se relaciona con la voluntad divina y ese día en especial, cuando el sol se encuentra a la altura del ecuador y el día y la noche tienen exactamente la misma duración, era considerado como algo mágico.
Desde las pirámides en el Valle del Nilo o en América, hasta los monumentos de Stonehenge en Britania, pasando por las acumulaciones de dólmenes en el Continente Europeo, la mano del hombre ha pretendido dejar constancia de su conocimiento de los fenómenos astronómicos, que han regido la vida en el planeta.
Por milenios, el territorio de Europa Occidental fue habitado por una cultura que conocemos como Celtas, quienes compartían con nosotros la fe sobre la existencia de una vida, que surge luego de que abandonamos nuestra existencia Terrenal. Los Celtas sabían medir con precisión los fenómenos astronómicos que se evidencian mediante observaciones simples. Esto los llevó a levantar edificaciones de tamaño, forma y orientación relacionados con esos fenómenos.
Para los celtas el día de equinoccio en nuestro mes de septiembre, tenía un significado muy especial, pues indicaba el inicio del invierno, época en que la naturaleza muere, y dado que esa fecha en que noche y día tienen la misma duración, en esas especiales horas en que luz y oscuridad y vida y muerte se confunden, los espíritus de los antepasados comparten ese caos y vuelven a esta vida pensando que aún pertenecen a ella.
…Que extraordinaria fuerza militar llegó a constituir Roma. Hace 15 siglos controlaba todo el mediterráneo y, hacia el norte su civilización se extendió hasta la isla Británica, donde dominó por cerca de 500 años; pero hubo dos territorios que no conquistaron los romanos, el que entonces era conocido como Caledonia y que ahora llamamos Escocia, donde no pudieron entrar los ejércitos invasores, dado la bravura de sus guerreros y el otro fue la isla que se encuentra al oeste y que conocemos como Irlanda, la que no colonizaron, posiblemente por considerar que no tenían el suficiente poderío para sostener sus ejércitos en ese territorio.
Así, el último reducto en Europa de la cultura celta, fue la isla verde Éire, cuyos habitantes emigraron a América 20 siglos después, trayendo destellos de aquella cultura que lograron preservar: los gnomos o duendes traviesos, los tréboles de cuatro hojas que nos dan suerte, la olla llena de oro que se encuentra al final del arcoíris y la que ahora conocemos como Halloween y que ellos llamaban Samhain, ese momento del equinoccio de invierno en que la luz y la oscuridad se confunden y en el que los parientes que han fallecido, aparecen vagando en esta vida, al no entender si pertenecen a la una u otra, pues estas se igualan en el cielo y, los vivos, preparaban comida y bebidas para recibir y festejar a aquellos parientes ya muertos que llegaban de visita.
De ahí que esta celebración ha llegado hasta nosotros, en mucho por la fuerza comunicativa de la sociedad estadounidense y nuestro gusto por festejar; sin que exista mucha diferencia entre el Samhain y nuestro Día de Muertos, pues las creencias tienen la misma base y nuestra costumbre de formar un altar con las bebidas y alimentos que a nuestros deudos gustaban, es muy similar a la cultura celta, ahora denominada Halloween.
Así que sea Halloween o Día de Muertos, recordemos a aquellos que nos precedieron y obsequiémosles comida y bebida, para que sigan existiendo en esta vida, a través de nosotros.
Crédito de la imágen: dreamtime