En ese barrio de Chicago las casas tienen hasta tres niveles, además del sótano. Para ingresar al primer piso es necesario utilizar una escalera que se encuentra al frente y, en el caso de la casa de al lado, la escalera era de madera y se encontraba ya en muy mal estado, por lo que no me extrañó que aquel día llegasen dos sujetos, de origen latino, en una camioneta de la que bajaron equipo con el que se pusieron a trabajar en esa escalera, hasta desmontarla, hecho lo cual, bajaron más madera de la camioneta y se dedicaron a instalar un nuevo conjunto de peldaños.
Me llamó la atención el afán con que se dedicaron a su trabajo, se comunicaban poco entre sí, cada cual sabía lo que debía hacer y su atención se concentraba en realizar su trabajo; en el ambiente en que trabajaban, se veían el interés y cariño por lo que hacían.
En dos días habían terminado y, luego de ver con orgullo el producto de su esfuerzo, subieron su equipo a la camioneta y se fueron, dejando el lugar completamente limpio. Curioso, me acerqué a observar de cerca la escalera recién construida y me asombré por lo bien hecha que estaba, tan firme que no se movía aunque la empujara con todo mi peso, y el pulimento del material era tal que se podía pasar la mano sin sentir rugosidad alguna, esa escalera estaba hecha para durar medio siglo o más.
Definitivamente estos tipos saben lo que hacen, pero no solo eso —pensé— disfrutan haciendo su trabajo y se sienten orgullosos de él, lo que explica su eficiencia y calidad.
Esto viene a la plática por lo que dijo hace unos días el presidente de la Suprema Corte de Justicia de México, tratando de justificar el desproporcionado salario que él y sus colegas ministros reciben. Explicó el hecho que “tener remuneraciones y condiciones de retiro razonables y dignas, que le permitan tener la humana tranquilidad para reflexionar sus análisis y decisiones sin presiones ni internas ni externas que doblen la vara de la justicia”, son condiciones necesarias para mantener la independencia.
Para poner este comentario en contexto, debemos considerar que los Ministros de la Suprema Corte Mexicana perciben sueldos superiores, por mucho, a sus similares de Estados Unidos. La Corte de México le cuesta a los mexicanos tres veces más que la de sus vecinos del norte. Cada ministro mexicano recibe 352,000 pesos mensuales como salario, los que ascienden a 500,000 tomando en consideración otras prestaciones. Así de cara nos sale a los mexicanos la decencia de los señores ministros de la Suprema Corte.
Lo dicho por el ministro Luz María Aguilar implica que, para no ser corruptos, los miembros del poder judicial deben percibir esos sueldos, que resultan ofensivos a una sociedad de la que más de un tercio vive en la pobreza.
Debiera el ministro Aguilar recordar las palabras de Eduardo Couture, quien al referirse a la abogacía decía que esta profesión debe ser considerada “de tal manera que el día en que tu hijo te pida consejo sobre su destino, consideres un honor para ti proponerle que se haga abogado».
En otro trabajo he reflexionado sobre qué poco podría cumplir con este principio aquel que no ama la profesión, que considera la abogacía tan sólo como una forma de enriquecerse y que el abogado que aprecia lo que hace, tratará de dignificar su oficio y, en su fuero interno, se sentirá orgulloso de él..
Tal vez el señor ministro ha olvidado que el Código de Ética del poder al que pertenece establece la Excelencia como un valor a ponderar en la función de juzgar y que este lleva a un compromiso social en el que la confianza y el respeto de la sociedad deben brotar de un trabajo dedicado, responsable y honesto; que además debe ejercerse con humildad y sobriedad, guardando el justo medio entre los extremos y evitando actos de ostentación que vayan en demérito de la respetabilidad de su cargo. Sin olvidar la honestidad, que debe traducirse en un comportamiento probo, recto y honrado.
Quien ejerce la función de otorgar justicia, es una persona que tiene en sus manos la familia, la libertad, la dignidad y el patrimonio de los demás. Si esto no es suficiente aliciente para desempeñar esa labor dentro de un medio de sencillez y orgullo, no sé qué espera el presidente de la Suprema Corte, pero es indudable que los señores que construyeron la escalera de madera están más orgullosos de su trabajo que aquel que espera vivir en la opulencia para ser honrado.
Mérito de la imagen destacad: La silla rota