El periodista español Julio Camba dijo que el periodista se parece al calamar en dos cosas: la primera es que puede cambiar de color a voluntad y la segunda es que ambos se defienden con la tinta, y me pregunto si esta expresión es válida en México.
¿Es la tinta un arma que permite al periodista defenderse contra los ataques que en su contra o de su profesión se realizan o esos elementos se han vuelto en contra del periodismo y convertido en una toxina que envenena la tan necesaria libertad de comunicación y mata a aquellos que en el ejercicio de esta pretenden permanecer libres y apegados a la verdad?
Tinta que envenena como en el libro de Umberto Eco “El Nombre de la Rosa” en que un monje celoso de quienes adquirían conocimientos de los libros les daba a leer un tomo cuya tinta estaba impregnada del veneno, mensajero de la muerte.
Es ahí donde me surge la duda ¿Qué tanto se aplica en México la comparación de Camba? o ¿qué tanto la inventiva literaria de Eco?
Creo, con tristeza, que la respuesta se inclina en mucho por la segunda opción.
La organización Artículo 19 ha documentado la gravedad de los ataques a los periodistas en el primer semestre de este año, el equivalente a una agresión cada 12 horas, los ataques consisten en intimidaciones y hostigamientos, amenazas, ataques físicos y el uso ilegítimo del poder público.
En México ejercer el periodismo es una profesión de alto riesgo y el actual gobierno no se queda atrás, se han dado 20 asesinatos y 4 desapariciones de periodistas, en lo que va de esta administración.
A lo anterior debe sumarse el ataque a la libertad de expresión que, desde la más alta Tribuna del Poder en México, se ha institucionalizado por la presidencia de ese país.
Como es notorio, el presidente López Obrador, de lunes a viernes dedica entre dos y cuatro horas a una intervención pública, donde continuamente ha atacado a medios, periodistas y líderes de opinión en plataformas digitales, que hablan en contra de él o su gobierno; pero ahora ha ido más allá, pues desde junio del presente año ha implementado un bloque semanal en el que pretende, según su decir: “…exhibir las mentiras de algunos medios de comunicación…” y “…combatir la difusión de fake news o noticias falsas…”
De acuerdo con el relator de libertad de expresión de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, Pedro Vaca, ese bloque se ha convertido en un espacio en el que el presidente de México utiliza el poder de comunicación del Estado para atacar a aquellos medios que no están de acuerdo con su gobierno y exhiben los errores y actos de corrupción que continuamente brotan de las investigaciones periodísticas.
Se observa un ejercicio del poder público que estigmatiza el actuar periodístico y promueve una censura previa que tiende a provocar la inhibición en los medios de comunicación y los periodistas, con la evidente intención de reprimir la exhibición del mal actuar gubernamental y, por tanto, atacar el uso de una prensa libre y crítica, indispensable para toda democracia.
El alto comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, desde hace cinco años, ha utilizado una frase que representa mucho el sentir de los organismos internacionales respecto a la falta de voluntad en el gobierno mexicano para modificar la situación que se vive, mencionó “… en lugar de matar al mensajero, enfoquémonos en el mensaje”.
Conforme a mi interpretación la expresión tiene un trasfondo que va mucho más allá de un significado literal: en la antigüedad cuando un rey o líder militar que ejercía el poder con tiranía recibía noticias desagradables, ordenaba matar a quien le había llevado el mensaje que le había causado disgusto.
Pasando la anterior reflexión a la función social que deben cumplir los medios de comunicación y los periodistas, que implica un compromiso con la verdad que permita a la ciudadanía ejercer la democracia en conciencia y conocimiento, podemos comparar al periodismo crítico con ese mensajero de las malas noticias y al “Quién es quién en las noticias” con el líder despótico que manda matar al mensajero para no escuchar la verdad que le disgusta.
Así en México, la tinta del periodista se ha convertido en un veneno que mata al comunicador y la libertad de información.
Crédito de la imágen: México Presidencia de la República