La larga fila avanzaba de dos en dos, serpenteando por el camino que llevaba a aquella pequeña ciudad alemana. Eran aproximadamente 200 individuos, los hombres iban al frente, seguido por las mujeres; la procesión era encabezada por varios sujetos que vestían totalmente de negro y cubrían su rostro con capuchas del mismo color, en su pecho y espalda se dibujaban cruces de color rojo y uno de ellos portaba un estandarte en color púrpura y bordados de hilo de oro.
Uno de los guardias de la muralla alcanzo a ver la procesión y dio el aviso; las campanas de la iglesia empezaron a repicar y mientras la procesión se acercaba a la puerta de la ciudad, los campesinos y viajantes que se encontraban en el camino se unían a ella, mientras en la ciudad la gente se formaba en las orillas de calle principal por donde pasaría la procesión, mientras aquellos que se encontraban enfermos, se esforzaban por hacerse de un lugar en la plaza del mercado.
Al llegar a la plaza los peregrinos formaron un círculo y poniéndose de rodillas, se quitaron la ropa que les cubría el torso y la arrojaron al centro, mientras rezaban y gritaban lamentos o lloraban; al ver esto muchos de los pobladores de la ciudad procedieron a arrojar también prendas propias hacía el centro, mientras que los manifestantes sacaron de entre sus pertenencia unos pequeños látigos compuestos de tres o cuatro tiras de cuero, terminadas en nudos que a su vez contenían afilados trozos de metal y con estos empezaron a flagelar sus costados y espalda.
Los pueblerinos siguieron el ejemplo y con lamentaciones y rezos, acompañaban a los peregrinos. Una madre cuyo pequeño hijo había muerto unas horas antes, se abrió paso entre la multitud cargando el cuerpo de su vástago y con cuidado lo colocó en el centro del círculo, esperando con fe que el sufrimiento y rezos de los peregrinos, lograsen el milagro de devolverle la vida a su pequeño.
Corrían tiempos difíciles en esa Europa de la Alta Edad Media, la muerte había llegado de oriente en forma de pústulas que brotaban del cuerpo y que, en la etapa final, adquirían un color negro; se calcula que mas de un tercio de la población de Europa falleció por esa pandemia y el fenómeno de los flagelantes que he descrito antes, brotó en muchas regiones, tratando de ser una respuesta a lo que ni la medicina ni la religión podían explicar.
Se pensaba que la ira de Dios se había desatado sobre la humanidad, castigándola por sus pecados y el acto de expiación que significaba el sufrimiento físico de los peregrinos, que flagelaban su cuerpo pidiendo perdón, llegó a ser aceptado, incluso por la iglesia medioeval que en muchas ocasiones permitía que el sacrificio se realizase dentro de los templos cuyas paredes quedaban salpicadas de sangre.
Esa costumbre no desapareció totalmente: en la actualidad, en la ciudad de Taxco, en el Estado Mexicano de Guerrero, durante la Semanas Santa, se presentan procesiones en las que los caminantes van realizando actos de sacrificio corporal como el andar de rodillas o caminar largas distancias sosteniendo haces de varas que llegan a pesar hasta 50 kilos y claro que también aquellos que llevan desnudo su torso y van azotando espalda y costados, con un azote muy similar a que se usaba en la edad media.
Fueron el desconocimiento y la superstición los que, en la Edad Media, provocaron el fenómeno de los flagelantes, como una búsqueda de salvación ante la pandemia que diezmaba a las familias sin respetar estado social ni riqueza.
Los tiempos que estamos viviendo con la epidemia del COVID-19 han traído reacciones similares que se expresan de forma distinta, pero que también se sustentan en el desconocimiento y un afán de espiritualidad que pretende encontrar soluciones mágicas al fenómeno que estamos viviendo.
Pero ahora estos peregrinos no transitan por los viejos y polvorientos caminos de una Europa Medioeval, ahora transitan por el éter de la red comunicacional y ante desconocimiento y superstición, al igual que hace 7 siglos, crean desinformación que daña más que ayudar.
Le han llamado Infodemia y sobre ella hablaremos en la próxima aportación.
Mientras tanto les agradezco que hayan tenido la paciencia de llegar al final de la lectura de estas letras y les agradeceré lo compartan con sus conocidos.
Crédito de Imagen: enciclopedia católica