Cuando aquella pequeña y alargada isla en la desembocadura del río Hudson que los naturales denominaba Manhattan, en el atlántico norteamericano, se encontraba poblada por holandeses que se habían trasladado a esa parte del mundo para, representar los intereses de la Compañía Neerlandesa de las Indias Occidentales, los habitantes decidieron construir un muro defensivo en la punta suroeste de la isla.
Con el tiempo aquel terreno fue colonizado por inmigrantes ingleses que dieron a la calle donde se encontraba el muro, el nombre que hasta ahora lleva: Wall Street. Con el correr de los años las edificaciones de madera fueron sustituidas por otras más firmes construidas de ladrillo y luego de varios incendios, las nuevas construcciones, ahora mucho más ostentosas y fuertes construidas con piedra y ladrillo, albergaron edificios públicos y negocios destinados al intercambio de valores que representaban mercancía, en un momento dado el mundo financiero se albergaba en esa estrecha calle.
Se conoce como “El Martes Negro” aquel 24 de octubre de 1929 en que un corredor de bolsa de Wall Street empezó a deshacerse de acciones lo más rápido que podía, el pánico cundió y, en pocas horas, el mercado de la bolsa estadounidense quebró, arrastrando consigo los mercados de otras partes del mundo.
Este fenómeno, que duró cerca de 10 años y es conocido como “La Gran Depresión”, llevo a más de 15 millones de norteamericanos quedar desempleados lo que les obligó a vagar por el país buscando una forma de subsistencia, muchos de ellos utilizando de trampa el ferrocarril que cruzaba el país de norte a sur y de este a oeste.
Este fue el caso de aquellas jóvenes blancas Victoria Price y Ruby Bates, que trabajaban de tiempo parcial como obreras en las plantas despepitadoras de algodón en Huntsville quienes ante la falta de trabajo completo decidieron, aquel marzo 24 de 1931, subirse a un vagón del tren que pasaba por Chattanooga, población en la que pensaban pasar un tiempo.
Pero al subir al vagón se encontraron con una sorpresa, en este ya viajaba un grupo de jóvenes varones, también blancos y el tren inició su recorrido, en un lugar entre Memphis y Chattanooga, nueve jóvenes de color subieron también al vagón y se armó una trifulca entre los muchachos que término con el lanzamiento de los blancos del tren. Los jóvenes blancos llegaron caminando a un lugar donde informaron lo sucedido.
En un lugar llamado Point Rock, el tren se detuvo por órdenes de varios hombres armados que había enviado el Sheriff de Scottsboro con instrucciones de detener a los muchachos afroamericanos a los que sometieron a punta de pistola y les maniataron, fue entonces cuando, para sorpresa de los presentes bajaron de tren Victoria y Ruby, a quienes interrogaron y manifestaron encontrarse bien, sin verse en ellas más señal de nerviosismo, que la propia de estar viviendo aquella aventura.
Olen Montgomery, de 17 años; Clarence Norris de19 años; Haywood Patterson de 18 años; Ozie Powell de 16 años; Willie Roberson de16 años; Charlie Weems de16 años; los hermanos Andy y Roy Wright, de 19 y 13 años respectivamente y Eugene Williams de 12 años; fueron trasladados a Scottsboro, para ser sometidos a juicio, pero la situación se complicó pues Victoria y Ruby afirmaron haber sido violadas por los muchachos de color y fue cuando empezó uno de los juicios más infames de la historia de los Estados Unidos, en una primera fase de un proceso judicial que duró más de ocho años, los primeros 8 jóvenes mencionados, fueron condenados a muerte y el último permaneció en prisión por más de 7 años sin haber sido juzgado.
No existían pruebas en contra de los jóvenes, pues los médicos que examinaron a Victoria y Ruby, a pesar de encontrar indicios de relaciones sexuales, no tenían huella de violencia alguna y en el momento de confrontación, Ruby no pudo identificar a sus supuestos agresores, también se evidenció que mentían y se contradecían en muchos detalles de su relato, que consistían fuertes indicios de la falsedad de la acusación.
Existe mucha información sobre este proceso y, ante la falta de espacio en esta columna, recomiendo a mi estimado lector las investigaciones realizadas por la Universidad de Missouri-Kansas City o la más sencilla y digerible de History Channel, en ellas encontraran detalles del caso y también la lectura del libro Sala de Jurados de Quentin Reynolds, que nos relata la experiencia de Samuel Leybowitz, el abogado que defendió a esos jóvenes.
La organización defensora de los Derechos Civiles American Civil Liberties Union, con sede en Nueva York, en mayo de 1931, envió a Scottsboro a Miss Hollace Randsall, para que investigara e hiciera un reporte respecto del caso, el documento es muy extenso y la intención de esta aportación es dar a conocer, en traducción libre de quien esto escribe, algunas partes de ese reporte que me han llamado la atención:
Antes ofrezco disculpas anticipadas por el uso de la palabra negro que se puede parecer ofensiva a la cultura estadounidense, pero lo hago con el objeto de conservar lo mejor posible el sentido del texto original.
Lo observadora describe a Scottsboro como una población de 2000 habitantes rodeado de colinas y campos de cultivo. Las casas del centro sombreadas por frondosos árboles. Hay una sensación de tranquilidad en el aire. La gente refleja cordialidad y así ven a los extraños. En la plaza central el ciudadano común y las autoridades conviven en un ambiente de vecindad democrática.
Después de ver esa imagen se enfrenta uno a un cambio de amabilidad a desagrado en los rostros de los ciudadanos y sus sonrisas se transforman en un gesto siniestro y el calor de sus miradas se torna hielo, cuando se les cuestiona sobre si piensan que los muchachos tuvieron un juicio justo. Esos quiénes serían comprensibles y amables frente al problema de un niño o se preocuparían por el sufrimiento de un perro, se vuelven ciegos e irracionales cuando se trata de la sangre de un niño negro, una visión perjuiciosa que permanece intocada.
El juez A. E. Hawkings, es un hombre elegante de cabello gris quien estaba plenamente convencido de haber hecho lo necesario para dar a los negros un juicio correcto, pero sus prejuicios se evidenciaban en sus justificaciones.
Los otros oficiales y ciudadanos con los que se entrevistó la observadora veían el juicio de los negros, no como un intento de llegar a la verdad, sino como un artilugio para llegar a un resultado preconcebido. En la mente de cada uno de ellos querían verlos muertos lo más pronto posible para que esa situación dejara de perturbar su modo de vida. Así que deseaban una sentencia de muerte fuera por un jurado o por una turba, independientemente de las pruebas que hubiera.
Decían que si los negros no eran reprimidos las violaciones de mujeres blancas por negros aumentarían. Solo a través de una opresión sin excepciones hacia los negros se lograría la tranquilidad de las mujeres blancas. Un negro siempre optaría por violar a una blanca cuando la oportunidad se le presentara. Nunca tuvieron duda que al encontrarse los 9 negros con 2 mujeres blancas habían optado por violarlas.
En esa gente los resabios de la guerra civil continuaban en una cultura de esclavitud de los negros y esto lleva a otra mala situación: en el sojuzgamiento de los negros quedan fuera los sentimientos de decencia, amabilidad o equidad en el trato hacia la raza negra. Esas bondades existen sólo para los de su propia raza. Para ellos “los negros deben permanecer en su sitio”. La represión, el miedo y la tortura son las herramientas para lograr esto.”
Crédito de la imágen Getty images
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