Desde la cofa del palo mayor de La Pinta, una de las tres carabelas que componían la flota comandada por Cristóbal Colón, se dio el aviso de avistamiento de tierra, el propio almirante lo describió así: “… y porque la carabela Pinta era más velera e iba delante del Almirante, halló tierra y hizo las señas que el Almirante había mandado. Esta tierra vido primero un marinero que se decía Rodrigo de Triana…”
Eso sucedía el 12 de octubre de 1492, fecha que ha sido señalada para conmemorar la unión de España con las civilizaciones de Iberoamérica y, según explica Jaime Bel en su libro España en América, es por esto que el exministro de España, Faustino Rodríguez, desde 1913, dio en llamar a esta fecha el “Día de la Raza”, denominación adoptada por muchas de las culturas hispanoamericanas, que se conmemora, en muchas regiones del continente, por los descendientes de la fusión lograda a través de ese encuentro de civilizaciones.
Se objeta la denominación, pues se menciona que la palabra raza tiene tintes de discriminación y el autor mencionado defiende esta postura, cuestionándose: ¿A qué raza se refiere esa expresión? ¿Blanca? ¿Afroamericana? ¿Cobriza? Para esto, hace referencia a los estudios genéticos que han demostrado que no existe el concepto de raza como tal, pues todos los seres humanos tenemos un origen común y, los cambios en el color de la piel obedecen más a factores climáticos que a verdaderas diferencias entre nosotros.
Así, aquellos que vivían en lugares de fuerte exposición solar desarrollaron una piel más oscura, que les permitiera protegerse de ese ambiente. y aquellos que les tocó vivir en climas de mucha nubosidad y poco sol, no desarrollaron la misma cantidad de pigmentos dérmicos y, por ende, su piel es más clara. Estas diferencias no van más allá de aquellas que se dan en individuos con las mismas características étnicas, como sucede con la diferencia en el color del cabello o los ojos.
Es así que ha quedado demostrado que no se puede hablar de una diferencia racial entre los individuos, pues no existen las razas, sino etnias, es decir grupos humanos que tienen unas misma cultura y lenguaje; por lo que el establecer distinciones sustentándose en las diferencias biológicas, es incorrecto.
El antropólogo Norman Whitten nos da mayor claridad sobre este tema, al referir cómo las ideas de diferencias raciales encuentran un origen comercial que deriva desde antes de la conquista de las tierras de América.
Cincuenta años antes de arribo de Colón al Caribe, un monarca portugués conocido como Enrique El Navegante, dirigió las naves hacia las costas occidentales del Continente Africano, lo que originó el comercio de seres humanos que eran vendidos en Europa como esclavos y ante las diferencias del color de la piel se creó una distinción en la que uno, el blanco, era superior al otro, el negro, que le servía. Esta clasificación del ser humano por colores, se arraigó en Europa, justificando la explotación de una mano de obra barata, creando una diversificación de clases sociales y la idea de la superioridad de quienes tenían la piel de color claro.
Este pensamiento se extendió por Europa, por lo que no es de extrañarnos que algo similar sucediera cuando Cristóbal Colón, pretendiendo alcanzar el continente asiático, llegó a tierras desconocidas por la sociedad europea y en ellas encontró gente a la que mencionó eran “bien hechos, de hermosos cuerpos y muy buena cara, cabellos gruesos como sedas, que llevaban de cola de caballos […] de buena estatura y buenos gestos”. De lo que se desprende la admiración del navegante hacia la presencia física de los habitantes de las tierras descubiertas.
Una vez que los españoles se instalaron en las islas caribeñas y pretendieron que los aborígenes trabajaran para ellos, se encontraron con una férrea oposición, por lo que hubo necesidad de encontrar un motivo para obligarlos a trabajar y se pretextó, para esto, su canibalismo, ficticio o real; sometiéndolos al mismo criterio de diferencias biológicas que ya se habían dado con los esclavos negros en Europa y así inició el comercio de los seres humanos de América, a los que categorizaron como “indios”, lo que permitía situarlos en una escala social más baja y hacerlos trabajar en beneficio de “los blancos”, con sustento en las figuras de la encomienda y la repartición.
Ante la conjunción de seres humanos de diferentes fisonomías biológicas, América se convirtió en un crisol, al que el escritor mexicano José Vasconcelos llamó “La raza cósmica” y que le dio base para crear el lema de la Universidad Nacional Autónoma de México, “Por mi raza hablará el espíritu”, sobre la convicción de que: “la raza nuestra elaborará una cultura de tendencias nuevas, de esencia espiritual y libérrima”, según explicó el propio Vasconcelos.
Esta distinción artificial de los seres humanos en diferentes “razas”, ha llegado hasta nuestros tiempos, provocando discriminación sin ningún sustento válido, estableciendo una separación de los grupos sociales de acuerdo a diferencias biológicas que, en nada justifican la idea de supremacía blanca, que aún continúa en el discurso discriminatorio de muchos.
Así pues ¡No hay día de “la raza”!
Crédito de la imagen destacada: Shutterstock Inc.