Antes de iniciar el tema, quiero expresar mi agradecimiento a las personas que se me han acercado para hablar bien de mi trabajo como columnista, les invito a que se suscriban a mi blog para que, cada semana que suba una columna, se les notifique en su correo electrónico, igualmente les hago una atenta invitación para que vean los videos que he elaborado sobre muy diversos temas en YouTube, donde me podrán buscar a nombre de Oscar Müller Creel, también ahí podrán suscribirse.
Entrando al tema, les comento de una propiedad ubicada en Chihuahua, en la intersección de las calles Cuauhtémoc y 20 de abajo. Una finca muy vieja, se dice que viene desde la época colonial y es muy posible que sea cierto, pues aproximadamente a trescientos metros de ella se encuentra un Cruz Verde, que señalaba el lugar donde llegaban las postas a la ciudad. Sus paredes son bloques de tierra mezclada con paja y secados al sol, miden cerca de un metro de grueso, como se hacían las propiedades hace siglos. A mediados del siglo pasado, la casa principal que mide unos 15 metros de frente por 40 de fondo, se conservaba completa, pero el resto de lo que había sido la construcción original se había convertido en una vecindad que fue derribada a finales de los años sesenta, quedando un terreno libre que forma una escuadra que va por el costado izquierdo de la propiedad, hasta la parte trasera de esta y es precisamente ahí donde se encuentra un muro de contención de unos 4 metros de alto, construido totalmente con la técnica antigua conocida como cal y canto, que es un muro de piedra pegado con una argamasa de arena y cal, tiene contrafuertes que le sostienen y en uno de ellos se puede ver aún el hueco oxidado de una olla que encontraron unos albañiles que ahí andaban trabajando y que se desaparecieron con ella.
Cuando esta familia se cambió a vivir a esa casa hubo necesidad de reconstruirla y se excavó una fosa para depositar un tanque, con la sorpresa de descubrir dos paredes, también de adobe, pero estas bajo el suelo y, en medio de ellas, un esqueleto, al que se le dieron las exequias fúnebres conforme a la religión católica. Pero esto no extrañó a los propietarios, se dice que la propiedad en la época colonial era las oficina y bodega de una planta de beneficio de metal y que, durante la revolución mexicana, a principios del siglo 20, fue hospital.
Al poco tiempo de estar habitando la propiedad la nueva familia, empezó a notar situaciones raras, parecía que el aire se movía formando una figura humana y uno se sentía observado, cuando se volteaba, apenas se distinguía esa figura etérea o esta desaparecía en las paredes. También se oían ruidos de origen ignoto, por ejemplo, a uno de los jóvenes, le hacían ruidos en la cabecera de la cama o en el mueble de madera donde guardaba su ropa, pero todos se fueron acostumbrando a esas presencias y parece ser que estas, también a sus nuevos inquilinos.
El joven del ejemplo, unos años después que su familia se había cambiado a esa casa, contrajo matrimonio y se fue a vivir a otro domicilio, aunque nunca olvidó las experiencias que vivió en esa propiedad.
Unos diez años después, nuestro conocido acompañó un amigo a la elaboración de unas maquetas para un proyecto de construcción, cuando llegaron a la bodega donde se estaba trabajando, uno de los presentes le inquirió
- ¡Oye! ¿Tu viviste en la casa de la Cuauhtémoc y 20 de abajo?
-
Si, contesto el joven
-
y ¿Qué tal los fantasmas? le preguntó el otro
-
¿Cómo sabes tú de eso?
Yo de niño viví en la vecindad que estaba al lado, contestó el sujeto, y ahí también los veíamos. Había un fantasma al que le decían “El Charro” y lo veían siempre donde estaban los niños pequeños y de cuna, como si los estuviera cuidando.
Así quedo aquella conversación, hasta que años después, en una reunión, nuestro amigo y sus hermanos, recordaban las experiencias fantasmales que habían vivido en la antigua casa paterna y cuando les platicó lo que le habían comentado sobre el fantasma niñero, una de sus hermanas perdió el color de la cara y dijo sorprendida:
- ¡Yo lo vi! ¿se acuerdan de que mi mamá, en ocasiones cuidaba a nuestro sobrino, que en aquellos tiempos se quedaba en una cuna, junto a la cama de nuestra madre? En una ocasión entré al cuarto y lo vi sentado en la cama recargado sobre el barandal de la cuna, viendo a Jorgito.
Todos se quedamos pensativos no eran los únicos testigos de los fenómenos extraños de aquella casa.
Años después nuestro conocido acudió a una recepción de boda en donde le toco a suerte sentarse con un amigo a quien tenía muchos años sin verlo, el ocupaba un edificio que se había construido en la esquina inmediata a la casa que hemos comentado y en el había una estación de radio que el administraba. En la reunión salió el tema de los fantasmas de la casa de la Cuauhtémoc y el mencionó experiencias similares que habían tenido en la estación. Una de las señales trasmitía día y noche y por esto era necesario ordenar el contenido de lo que se difundiría durante la noche, programando música y anuncios. Les comentó que el programador hacía su trabajo y dejaba todo listo, pero invariablemente, esa programación era modificada, sin ninguna razón aparente, pues las oficinas quedaban cerradas y nunca se encontraron huellas de penetración forzada a estas. Desconozco si aún siguen modificándoles la programación, pero sospecho que eran los vecinos intangibles de la casa de enseguida.
Que pasen una tranquila noche.
Crédito de la imagen: Google Earth