Estaba dando la clase para un grupo de agentes policiacos de investigación, el auditorio era cómodo, se podía trabajar con eficiencia y, dado que me encontraba en un plano alto, podía tener control del grupo, aunque este fuera numeroso, aproximadamente 40 de ellos. Es por eso que cuando me percaté de cierta inquietud en los alumnos, interrumpí la clase y les pregunté sobre el motivo de su conducta: Me contestaron que se había presentado un evento que identificaron con el número clave, el cual desconocía, por lo que les interrogué sobre el significado y uno de ellos me explicó: “Es que acaban de ejecutar a dos compañeros”.
Cuando llegas a convivir con la policía aprendes a apreciarlos con todo y sus defectos, que son menos de los que el común de la gente piensa. Esto fue el motivo por lo que suspendí la clase por un tiempo y al volver guardamos un minuto de silencio en honor a los compañeros caídos.
Me apuré a concluir la clase de ese día y al salir platiqué con uno de mis alumnos, quien me informó sobre los detalles del caso: Dos compañeros estaban vigilando un domicilio y tenían varios días apostados esperando que apareciera la persona que buscaban; fue a ese lugar donde llegó un vehículo del que se bajaron varios hombres con armas automáticas y dispararon inmisericordemente contra los policías, quienes quedaron muertos en el acto.
Con esta información deduje que el asesinato no había sido casual sino planeado y uno de los elementos clave era que los asesinos conocían la ubicación de sus víctimas, lo que daba a suponer una fuga interna de información. Así se lo hice saber a mi alumno, quien me respondió: “Mire maestro, a usted le pueden llegar con un fajo de billetes y correr el riesgo de negarse. Pero, ¿qué hace cuando le llegan con una foto de su hijo saliendo de la escuela?”.
Corrían tiempos de una gran escalada de violencia en México, derivada principalmente de la absurda estrategia de combate frontal al crimen organizado, que el entonces presidente Felipe Calderón había implementado, y los hechos que relato sucedían en Ciudad Juárez, una de las plazas más violentas del país en ese momento, poco tiempo después un coche bomba explotó, dejando tres muertos y una veintena de heridos.
Fueron tiempos difíciles. Cuatro años antes varios académicos habíamos trabajado en la formación de una carrera que pudiese dar a los agentes de la entonces Policía Judicial el nivel de licenciatura. La intención era tener una mejor policía, pero sobre todo dignificar su función y lo estábamos logrando a pesar de las circunstancias tan adversas que se presentaban en el país.
Hasta la fecha sigo trabajando como catedrático con los elementos del sistema de procuración de justicia y ha sido una labor muy satisfactoria; en lo personal, el convivir con ellos me ha hecho consciente de las condiciones limitadas en las que trabajan y los riesgos en que continuamente ponen sus vidas, sobre todo en un país como México, en donde la corrupción invade muchos espacios de la vida pública y por tanto a apreciarlos como profesionales y personas.
Esto ha venido al tema pues he estado leyendo el estudio realizado por la Clínica de Derechos Humanos de la Facultad de Derecho en la Universidad Texas, en coordinación con el Centro Diocesano para Derechos Humanos fray Juan de Larios de México.
Corresponde a un análisis de tres juicios federales realizados en Estados Unidos, entre 2013 y 2016, contra integrantes del Cártel de los Zetas, en tribunales de las ciudades de Austin, San Antonio y Del Río, en Texas.
De este estudio surgen dos conclusiones principales: El cartel de los Zetas cometió múltiples abusos de derechos humanos en total impunidad y las instituciones y los funcionarios públicos tuvieron papel en estos abusos por acción u omisión.
Uno de los testigos describió cómo operaban en las distintas plazas para controlar a la policía y ponerla a trabajar en su favor. El estudio menciona: “Los Zetas mantuvieron el control sobre la policía, garantizando su cooperación a través de la intimidación y la fuerza. Si un policía se negaba a hacer ciertas cosas, Los Zetas lo amenazaban a él y a su familia”.
Los testimonios vertidos en los tres juicios dan a conocer este contubernio que existe entre el crimen organizado y la policía, sin discriminar el rango de ésta, pues hasta los elementos federales y del ejército estaban bajo la nómina del cartel, de los testimonios, solo La Marina parece escapar a este círculo de influencia.
La corrupción evidenciada escala hasta lo alto de la montaña del poder, pues los testigos afirmaron que en el círculo se encontraban el Procurador General de Justicia de Coahuila y elementos de la Procuraduría Federal. Los testimonios involucran también a los gobernadores, Humberto Moreira, de quien refieren recibió cantidades millonarias de dólares a través de sus allegados Vicente Chaires y Jesús Torres Charles. También se mencionan actos de corrupción del hermano del anterior, Rubén Moreira, y de los políticos veracruzanos José Guillermo Herrera Mendoza, Javier Duarte, Fidel Herrera y otros.
En un México tan convulsionado y corrupto, no me extraña que a los policías que he conocido en la academia y de quienes conozco son personas honestas y que tienen que nadar en aguas bravas, les hayan matado o los envíen a zonas alejadas en donde no estorben los negocios que los jefes hacen con los criminales.
Es por esto que estas líneas las dedico a todos esos policías valientes que quieren a su profesión, como un reconocimiento a la difícil pero digna labor que realizan.
Les invito a visitar mis videos en: https://www.youtube.com/channel/UCVIY16VXPjfvK5_x2Yjn7Aw
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