Aquel domingo de Pascua, la resurrección se había celebrado con una misa en el improvisado campamento que, los extraños hombres, llegados en las grandes casas que flotaban sobre el agua, habían establecido en esa playa que se encontraba frente a la isla que, un año antes, Grijalva había bautizado con el nombre de San Juan de Ulúa.
Luego se habían realizado una serie de escaramuzas en las que los extranjeros, montando en los lomos de extrañas bestias, chocaban sus espadas y, con sus arcos, lanzaban dardos con puntas de hierro; también habían hecho estallar los tubos que creaban un gran estruendo y expedían un humo hediondo. Los enviados del rey Moctezuma, habían sido testigos como aquellos tubos lanzaban piedras que partían los árboles y resquebrajaban las montañas.
Ahora, más tranquilos, se encontraban sentados y, después de haber ingerido los alimentos que los mensajeros del rey habían llevado, el Teudile enviado por el monarca mexica y el jefe de los extranjeros, un hombre que mediaba los treinta años, de cabello castaño y barbas prolijas y desaliñadas, entablaban una conversación, en la que servían de intérpretes un hombre también de color claro y una mujer joven originaria de aquellas tierras.
Cortés, que era el hombre de cabello castaño, preguntaba al embajador mexica si su monarca poseía oro y explicó que su pregunta obedecía al hecho que ese metal servía para curar las afecciones del corazón y muchos de sus hombres las padecían.
Para ese día, el ibero se había podido dar cuenta de la enorme riqueza que representaban aquellas tierras, sobre todo en metales preciosos, también había percibido que el poder de Tenochtitlan sobre los otros pueblos se encontraba sustentado en un frágil equilibrio derivado de la superioridad militar de la ciudad estado sobre los pueblos tributarios y la idea de aprovechar todo aquello en su beneficio germinaba en su mente regada por la codicia.
Pero las circunstancias políticas constituían un obstáculo para sus ambiciosos planes: el año anterior, Juan de Grijalva había recorrido aquellas costas y su viaje fue reportado al gobernador de la Isla Fernandina (Cuba) Diego de Velázquez, quien había decidido enviar una nueva expedición y para esto eligió a quien había sido su secretario, un hombre de 36 años llegado doce antes a la isla proveniente de Sevilla, Hernán Cortés, a quien nombró capitán y caudillo de la expedición.
Así las cosas, Cortés no se encontraba en esas tierras por cuenta propia y lo que hiciera sería a cuenta y nombre del gobernador de Cuba, pero el extremeño no era hombre de pocos recursos y había estudiado el bachiller en leyes en la Universidad de Salamanca, lo que le daba los conocimientos para salvar aquel obstáculo.
Al día siguiente, el astuto ibero, envío a los capitanes que apoyaban la causa de Velázquez, en dos buques, a explorar las costas al norte y, mientras estos estaban ausentes, formó una asamblea que decidió crear un municipio del que los expedicionarios serían vecinos con derecho a voto en el concejo municipal y se eligieron autoridades, cuyos nombramientos recayeron en personas allegadas a Cortés; una vez reunido, el cabildo, nombró a Cortés Justicia Mayor y Capitán de las Armadas Reales, “hasta que el rey decidiera otra cosa”; con esto se independizaron del gobernador de Cuba y la expedición debía rendir cuentas exclusivamente al rey.
A esta nueva ciudad, decidieron nombrarla Villa Rica de la Vera Cruz, porque sus tierras eran ricas y a ella habían llegado un Viernes Santo, cuando Jesús había muerto crucificado.
Mucho se habla del mestizaje que resultó de la unión entre europeos y originarios de las américas, pero poco se habla del otro mestizaje, el que nació de la unión de dos culturas y de distintas formas de organización social y política.
Creo que la fundación del primer ayuntamiento en tierra firme de América realizado aquel 22 de abril de 1519, representa a la fusión de formas políticas, que se equipara a la de seres humanos con diversas características étnicas.
Nació, de una argucia legal de Hernán Cortés, el primer símbolo de una nueva estructura social y política que sería el futuro de los pueblos de Latinoamérica.
Así como el diamante brota del calor y la presión de la tierra, Latinoamérica surgió de un choque de culturas y personas que vino a formar una nueva y distinta forma de ser, a nadie hay que culpar, ni nadie debe perdonar; simplemente la historia enfrentó dos culturas que se fusionaron para llegar a lo que ahora somos, un pueblo bendecido por la providencia, en hora buena.
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